10 de mayo de 2017

Historia de una pérdida y un encuentro


HISTORIA DE UNA PÉRDIDA Y UN ENCUENTRO




Las cosas no debieron suceder como lo hicieron. Prometimos pasar la vida juntos. Pero no cumpliste tu parte de la promesa y me dejaste a medio camino. Después del duelo, de la derrota de perderte demasiado pronto, de las lágrimas y la pena; de la desesperación. No había nada. Solo vacío. El corazón que antes había estado rebosante de amor ahora desbordaba hastío e indiferencia. Cerrado a cualquier sentimiento afectuoso, tierno o apasionado.

 
Nadie podría ocupar tu lugar. Ni en mi vida ni en mis sentimientos, y mucho menos en mi cama. Ese sitio estaba vetado para el resto de los mortales. El látex con el que estaba confeccionado mi colchón aún conservaba tu huella y hasta podía sentir tu calor y tu olor almizclado en las largas noches de insomnio. Esa negrura que ahora se hacía tan larga y vehemente sin tus caricias me recordaba con más intensidad tu ausencia.



Me aferré a tus recuerdos. Me sujeté a ellos con toda la fuerza de mi amor por ti. Pero fue inútil. El tiempo, tenaz, se impuso a mi voluntad y me obligó a continuar con mi viaje.

¿Cuánto tiempo dura un duelo? ¿Unos meses? ¿Un año, dos? ¿Quizás toda la eternidad? Pasé por todas las fases de la pérdida y entonces llegó la aceptación. Debía permitirme vivir sin tu presencia. 

 Un día sin darme cuenta llegó a mi lado. Un día de esos festivos en los que el trabajo no podía sacarme de mis eternas divagaciones y mis continuos latigazos mentales. Para más escarnio era uno de esos días plomizos en los que parece que va a caer el cielo sobre la tierra para fundirlo todo en uno. Solo fue un encuentro fortuito frente a un escaparate de una tienda de marca en pleno centro de Madrid. Él, colocaba con esmero ropa sobre el plástico duro y frío de un ingrato maniquí, y yo le miraba sin verle, absorta en el rústico tejido de tweed con el que arropó al muñeco. Otra tela idéntica había cubierto el cuerpo que tanto amé hacía unos años. Un cuerpo recio, caliente, vigoroso... que ya no existía porque había sido incinerado siguiendo sus escrupulosas instrucciones. Ni siquiera tenía una tumba donde ir a llorarle. Ensimismada en mis pensamientos ni siquiera percibí como las lágrimas resbalaban por mi cara. 

Unos meses más tarde de aquel primer encuentro me contó que estuvo haciéndome señales durante varios minutos, hasta que viéndome deshecha en llanto, se decidió a salir a la calle y llamar mi atención. Siempre he creído que fuiste tú quien lo atrajo hacia mí. Al fin y al cabo pensaba en ti en esos instantes, o tal vez sea un intento iluso para engañarme a mí misma por seguir viva y tú; muerto.



Somos carne, sangre y huesos, y yo no soy una excepción. Al final probé suerte y me fuí a vivir con mi escaparatista. No creas que fue fácil. Tuve que cambiar el colchón. Pinté la habitación del color de la

esperanza y traté de echar a andar sin ti. Una nueva oportunidad para subsistir en compañía.

¡Lo hice! Lo hago cada día. Estoy de acuerdo con el dicho de que el tiempo y la rutina todo lo curan. Pero... nunca podré olvidarte. Mi amor por ti será infinito y permanecerá en mi cuerpo mientras éste tenga vida. 

¿Qué nos espera después? Quizás la promesa que quedó incumplida sea la eternidad a tu lado.













2 comentarios:

  1. No siempre el tiempo lo cura todo, solo lo anestesia para que no sintamos tanto dolor, pero la herida no cicatriza...¡Ay que me has hecho emocionarme! jo, hoy que tenía un buen día, jajajaja.

    Un besito, buen relato.
    Yolanda.

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    1. ¡Hola Yolanda! Siento haberte emocionado. No sé si será bueno o malo. Creo que el relato cumple su misión. Me alegra leerte. ¡Un besazo bonita!

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